El País Negocios publicó el domingo 7 de junio un artículo de opinión firmado por nuestro presidente, Miguel Mirones que compartimos con todos vosotros por si fuera de vuestro interés. En la tribuna, Mirones, en calidad de presidente de la Organización Mundial de Turismo, analiza las posibles consecuencias de desmontar modelos turísticos de éxito.
Debería actuarse con mucho cuidado antes de introducir cambios en un sector del que viven tantos ciudadanos
El éxito de un destino turístico depende de la colaboración público-privada real y de la implicación de la población local
El período político que se está viviendo, en España y en otros países, de relevo de los gestores públicos puede implicar no sólo una sustitución de personas sino también un cambio drástico en los modelos de gestión pública. Cuando los ciudadanos han decidido democráticamente que se produzcan estos relevos, nadie puede objetar la necesidad de que se produzcan, y sólo legítimos pactos democráticos impedirían que se llevaran a cabo. Lo que finalmente ocurra tendrá, sin duda, consecuencias importantes para un sector, el turismo, que ha demostrado ser el tractor principal de la incipiente recuperación económica.
En una reunión que, como presidente de Miembros Afiliados de la OMT, me correspondía moderar, representantes empresariales internacionales nos preguntaban a los españoles, las razones del éxito de nuestro turismo sin ocultar una sana envidia por las cifras alcanzadas y por el peso que la industria turística española había logrado, en la economía nacional y en el sector turístico mundial. Se generó un curioso debate y se cuestionó, incluso, si ese éxito era tal y que las cifras de visitantes no podían determinar el éxito o el fracaso de un destino turístico. Aquí surgen las diferentes valoraciones que, desde el sector público o privado, se hace sobre la evolución de un destino turístico.
Debería actuarse con mucho cuidado antes de introducir cambios en un sector del que viven tantos ciudadanos
La preocupación pública está vinculada a la generación de empleo —que lo genera el sector privado— y al incremento anual del número de visitantes. Por contra, el sector privado turístico, como cualquier otro, tiene como objetivo prioritario la rentabilidad de sus empresas, que sólo puede alcanzarse si, desde el sector público, se dan los pasos necesarios para convertir un destino turístico en un espacio amable, limpio, seguro, con conexiones adecuadas y con atractivos para invitar a los visitantes a repetir una experiencia que hayan vivido como única.
Lo que pueden parecer objetivos diferentes, tras un análisis sosegado, permite concluir que el éxito de un destino turístico depende de la colaboración público-privada real y de la implicación de la población local con la filosofía y los objetivos propuestos. Si esto es así, los sucesivos gobiernos que gestionen ese territorio deberían apostar por dar continuidad a los proyectos consensuados por la sociedad a la que representan.
En España tenemos dos ejemplos que siendo muy diferentes son fruto de estudio por los expertos turísticos de todo el mundo. Barcelona como destino urbano y Benidorm como destino vacacional, representan dos casos de éxito, no sólo por el número de visitantes sino porque, indudablemente, han afrontado la estacionalización creando un producto de 365 días. Si alrededor de esa actividad, miles de familias han organizado su vida, debería actuarse con mucho cuidado antes de introducir cambios que ponga en peligro, no ya la rentabilidad de algunas empresas, que también, sino sobre todo el modus vivendi de muchos ciudadanos vinculados al sector turístico español.
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